Noises Off! (Comedia con un plato de sardinas)

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En 1992, Peter Bogdanovich dirigió un guión de Marty Kaplan basado en el texto del dramaturgo Michael Frayn titulado originalmente «Noises off!», una comedia irrepetible y absoluta, de esas que nunca te cansas (en España unos que se creían ingeniosos la titularon «¡Qué ruina de función!»). Con un reparto en estado de gracia, con actores de los de ponerse en pie como Michael Caine, Carol Burnett, Denholm Elliott, Julie Hagerty, Christopher Reeve, Marilu Henner, Mark Linn-Baker, John Ritter y Nicollette Sheridan.
Los integrantes de una compañía teatral que está a punto de estrenar una obra de enredo ultiman los ensayos mientras tratan de superar de manera civilizada todos los conflictos personales que arrastran cada uno de ellos con desternillantes resultados. Un genial Michael Caine interpreta al director de la compañía que nos narra en primera persona los acontecimientos. Como espectadores, somos testigos de la historia desde tres puntos de vista diferentes de un acto en concreto de la obra que ensayan; las tensiones personales entre los actores van complicando las representaciones generando situaciones realmente delirantes.

Es una película basada en una obra de teatro, y este elemento está resuelto de modo muy inteligente, usando elementos lingüísticos propios del teatro sin desperdiciar las características extra que aporta a la historia el medio fílmico. Bogdanovich homenajea al mundo del teatro con una puesta en escena que desvela la firme intención de diferenciarse del plano abierto y fijo que supone una representación teatral tradicional. Mete la cámara, y con ella al espectador, en los recovecos del escenario y nos conduce a una narración puramente cinematográfica sin salir del teatro. Sin darnos cuenta, los travelling breves pero efectivos, los plano/contra-plano de los diálogos, las vueltas que damos entre la parte delantera del escenario y la trasera del decorado son propias del cine, pero sentimos que aun estamos en el teatro. Si ya es difícil crear situaciones risibles en una película, aquí se le añade una dificultad extra que es hacerlo sin sacar al espectador del contexto teatral. Bogdanovich (y su editora Lisa Day) despliega todo su talento narrativo usando ángulos muy descriptivos que nos muestran lo que ocurre en escena sin que perdamos ojo a los movimientos de los personajes fuera de ella. Se logra un montaje ágil imprescindible para que las bromas funcionen, que parezcan espontáneas y frescas (como una improvisación en pleno obra teatral). El resultado es una película que no solo es un homenaje al vodevil sino que también es una proeza del lenguaje metatextual al servicio de la comedia.

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En una obra donde el protagonismo es coral, necesitas que la química entre el reparto sostenga esa atención difusa. todos desarrollan su papel protagonista en algún minuto de la cinta, con cada portazo de puerta, se lanzan el protagonismo como una patata caliente llevándonos con ellos de flor en flor. Y lo hacen de modo que parece fácil, natural. Y es lo mas difícil: hacer creer al espectador que está viendo una estructura narrativa fácil, una apariencia sencilla, pero que tiene un esfuerzo titánico detrás. Siempre he creído que es mucho mas fácil hacer llorar que reír. Para que el público llore necesitas una receta concreta que muy pocos resistirán sin soltar una lagrimita. Pero eso pertenece a otro tema, ya llegaremos ahí hablando de otra película. La carcajada libre, desahogada y sin maldad (vamos que no sea producto de un humor físico) es complicadísimo conseguirla porque exige frescura, novedad e inteligencia. Este último elemento es el que hace que te rías con la misma película una y otra vez.

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Esta comedia absoluta puede ser una de las películas que más me ha hecho reír en mi vida, junto con otros clásicos del género como «El jovencito Frankenstein» de Mel Brooks (ya he perdido la cuenta de cuantas veces la he visto, tantas que me la sé de memoria), «Groundhog day» («Atrapado en el tiempo») de Harold Ramis, «Airplane!»(«Aterriza como puedas») de Jim Abrahams y los hermanos Zucker, todas las películas de los Monty Python (no sabría decir cual me gusta más), «Shaun of death» de Edgar Wright, » El Gran Lebowski» de Joel Coen, «Napoleon Dynamite» de Jared Hess, «Tootsie» de Sydney Pollack, «Un funeral de muerte» de Frank Oz (si, el titiritero), «La cena de los idiotas» de Francis Veber, o «Amanece que no es poco» de José Luis Cuerda (esta última, más que una comedia, es una inspiración)
Esta es una película de las que yo denomino «Sanadora». Es decir, que después de verla te sientes mucho mejor. Un subgénero personal que cada uno vamos componiendo según nuestra personalidad y nuestras necesidades. Puede ser tan personal que no permita ser recomendado, debemos hacer nuestra propia selección. De cualquier forma, no hay mal día que no me parezca que mejora con una de mi lista. También por culpa de esta película, cada vez que estoy a gusto en un lugar digo: «¡Esto es un remanso de paz: lo alquilo!» con un absurdo acento seudo árabe.

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